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viernes, 14 de diciembre de 2007

BIZANCIO


En el año 657 a.C. un grupo de colonos procedentes de la ciudad griega de Megara alcanzaron las riberas del Bósforo y, dándose cuenta de su privilegiada situación geográfica, fundaron una ciudad a la que llamaron Bizancio, honrando así a Bizas, su mítico fundador y uno de sus reyes. Casi mil años más tarde, sobre los cimientos de esta antigua colonia griega -que había jugado un rol histórico secundario hasta entonces-, se funda la Nueva Roma, o Constantinopla, recordando a Constantino el Grande (305-337), su ilustre fundador, ciudad llamada a ser la capital de uno de los imperios más originales de la Historia y cuyo influjo se hizo sentir notablemente sobre las tres civilizaciones del Mediterráneo: la Cristiana Ortodoxa -que nombramos en primer lugar por ser heredera directa de Bizancio-, la Cristiana Occidental, y la Islámica. El Imperio Bizantino es una de las pocas formas políticas de su tipo con fecha de fundación precisa: el 11 de mayo del 330 d.C. Conocemos también con exactitud la fecha de su fin: 29 de mayo de 1453. Durante la mayor parte de esos 1123 años el Imperio Bizantino mantuvo su preeminencia como el "estado" más importante del Mediterráneo, llegando a configurar una identidad propia, una verdadera "nacionalidad bizantina", cuyos pilares eran una lengua común a todo el Imperio, el griego; una cultura propia que aglutinaba no sólo a griegos, sino también a armenios, anatolios, sirios y palestinos y, más tarde, eslavos; y,lo que proporcionó cohesión a este mundo, una religión común, el cristianismo, que adquiere características cada vez más distintivas frente al cristianismo católico occidental. Este mundo bizantino se presenta ante nuestros ojos como la maduración de la Civilización Grecorromana, pues supo añadir la unidad religiosa y cultural a la unidad política.

Los fundamentos de la Civilización Bizantina son:
a) Lo Helenístico, esto es, el helenismo parcialmente orientalizado, que se había extendido por gran parte del mundo Mediterráneo tras las conquistas de Alejandro Magno. Tan importante es este pasado que el cronista Miguel el Sirio (s. XII) dirá que el Imperio de Constantinopla, que para él comienza con el reinado de Tiberio a fines del siglo VI, es el Segundo Imperio griego, continuación del primero, identificado con los antiguos reinos helenísticos.
b) Lo Romano, ya que el Imperio de Bizancio es la continuación del Imperio Romano, y a éste debe gran parte de su organización política, administrativa, militar y financiera. Los bizantinos siempre se llamarán a sí mismos "romanos" -el término "heleno", hasta el siglo X, es sinónimo de "pagano"-, y el emperador será el "Basileus ton Romeion", es decir, "emperador de los romanos". Tales denominaciones se seguirán empleando aun en aquellas épocas en que el dominio del griego es total.
c) El Cristianismo, sin el cual es imposible comprender el espíritu bizantino. La religión se vivía entonces con una intensidad y un misticismo prácticamente incomprensibles actualmente, lo que explica muchos rasgos de la Civilización Bizantina que parecen chocantes hoy en día a una humanidad que ha confinado a un rincón marginal de su existencia la experiencia de lo sagrado. Bizancio, y esto constituye su genio, según Dionisios Zakythinós, supo llevar a cabo una síntesis entre lo helenístico, lo romano y lo cristiano; ello, por ejemplo, moderó las formas despóticas y absolutistas propias del Oriente. Este helenismo cristianizado se tornará cada vez más "bizantino". Lo cristiano estará siempre presente; en cuanto a los otros dos factores, predominará uno u otro según el período que se estudie. En esta oportunidad nos interesa detenernos en el ancestro helénico, para comprender por qué se puede hablar, con propiedad, de "Imperio Griego de Bizancio", de "Civilización Greco Bizantina", o de "Imperio griego Medieval".

En las etapas llamadas "Protobizantina" y de "Transición Latino-Griega", esto es, entre los siglos IV y VII, que marcan el fin del imperio Romano como tal y el comienzo del Imperio Bizantino, se da un proceso por el cual, de forma cada vez más acentuada, se abandona el ancestro romano para asumir una forma y un contenido cada vez más griegos. Ya la división del Imperio Romano en Occidente y Oriente, llevada a cabo por Teodosio I en 395, daba cuenta del reconocimiento de dos ámbitos culturales, uno latino y el otro griego, y desde esta época se estará frente a dos historias distintas y particulares. Mientras la Parte Occidental del Imperio sucumbe ante las acometidas bárbaras -ruralizándose, empobreciéndose y atomizándose-, la Parte Oriental logra sobrevivir -mérito suficiente para quedar en las páginas de la Historia- todo un milenio, conservando una rica vida urbana, una amplia circulación monetaria y un poder central vigoroso y consciente de su misión histórica: llevar a los pueblos bárbaros la luz de la Civilización Cristiana.
Justiniano (527-565), con justicia llamado "el Grande", es el "último" emperador romano y el "primero" del Imperio Bizantino. Fue bajo sus auspicios que se construyó la iglesia más grande, hasta entonces, de la cristiandad: la catedral de Hagia Sophia, dedicada a la Santa Sabiduría que debe iluminar al Imperio, y que hoy sigue en pie desafiando el paso de los siglos, testimonio inigualable del espíritu bizantino, verdadera joya arquitectónica y artística, decorada con hermosos mosaicos que aún conmueven interiormente a quien los contempla, y coronada con una majestuosa cúpula de treinta metros de diámetro que, al decir de los contemporáneos, parece estar suspendida en el aire. Los enviados del príncipe Vladimir de Kiev, en el año 988, nos legaron la siguiente impresión de la megalé eklesia (gran iglesia): "Los griegos nos condujeron a sus edificios donde honran a Dios, y no sabíamos si nos encontrábamos en el cielo o en la tierra, ya que en la tierra no hay tanto esplendor ni belleza y no sabemos cómo describirlo. Sólo sabemos que Dios habita allí entre los hombres y que su culto es más bello que las ceremonias de otras naciones. Nos será imposible olvidar tanta belleza".
Con Justiniano se cierra prácticamente el "ciclo latino" y triunfan las tendencias helenizantes. Por un lado, fiel a la tradición romana, se lanza a la aventura de reconquistar para el Imperio el Mediterráneo, empresa que no tuvo resultados duraderos y después de la cual Bizancio concentrará sus energías en el Oriente. Por otra parte, bajo su mandato se realiza una hercúlea labor de recopilación del Derecho Romano, el Corpus Iuris Civilis, en latín; sin embargo, es en su época cuando se comienza a legislar en griego, de más fácil comprensión puesto que era la lengua corriente en el Imperio. El patriotismo romano, así, cede ante el patriotismo griego, ya que es el griego, ahora, la "patrios foné", la lengua patria. El predominio de la lengua helénica en el oriente bizantino permitirá la comunicación fluida con el pasado helénico clásico y con la patrística cristiana que, como se aprecia en los escritos de San Basilio Magno o de Gregorio Nacianceno, se había nutrido del pensamiento filosófico griego. Efectivamente, la lógica aristotélica fue puesta al servicio del pensamiento teológico, convirtiéndose en la más estudiada por los teólogos bizantinos. Este contacto con el pasado clásico se mantendrá siempre en el Imperio, y puede decirse que el helenismo bizantino es a la Edad Media lo que el helenismo clásico es a la Antigüedad.
Se debe a Teodosio II (408-450), en 425, aunque existía ya una Escuela fundada por Constantino, la creación de la llamada "Universidad" de Constantinopla -en Occidente habrá que esperar siete siglos (!) para ver algo similar-, destinada a formar funcionarios idóneos para el Imperio; esta institución era, en palabras de Charles Diehl, "un admirable seminario de la cultura antigua". Rápidamente se impuso el griego como lengua de la enseñanza. Allí se realizaban estudios de gramática, retórica, dialéctica, derecho, filosofía, aritmética, música, geometría, medicina y física. Existían, además, otras Escuelas de Estudios Superiores en el Imperio, como las de Antioquía y Edessa, dedicadas especialmente a los estudios de teología; la de Beiruth, donde se estudiaba el derecho; las de Alejandría y Atenas, verdaderas capitales de la filosofía. Si bien esta última fue clausurada en el año 529 por un Decreto Imperial -a fin de terminar con la enseñanza pagana-, la filosofía griega continuó estudiándose en Bizancio, como algo propio y necesario, incluso por hombres de Iglesia. La importancia de la "Universidad" de Constantinopla queda de manifiesto al evocar la figura del armenio Mesrop (s.IV-V), quien aprendió el griego y la cultura helénica en sus aulas para después crear un alfabeto armenio que le permitiera traducir obras griegas a su lengua materna. La literatura armenia, pues, tiene su origen en esta institución de estudios superiores.
También en los niños la educación era esencialmente helénica. A los seis años se iniciaban los cursos de gramática griega leyendo y comentando a los clásicos; entre estos, se atribuía primerísima importancia a Homero, cuyos versos eran aprendidos de memoria. Miguel Psellós (s.XI), uno de los pensadores más importantes de la historia bizantina, se jactaba diciendo que a los catorce años podía recitar la Ilíada de memoria. A pesar de la distancia temporal, Homero sigue siendo "el educador de la Hélade", pues Bizancio es parte y continuación natural de ella. Pero, junto a Homero, no hay que olvidar la Biblia, también aprendida de memoria; en ella los cristianos encontraban enseñanzas morales, toda una filosofía de vida y, lo que explica algunos episodios decisivos de la Historia del Imperio, una respuesta trascendente frente a un mundo que en muchas ocasiones mostraba en forma dramática su caducidad. Es el espíritu cristiano -que se nutre de las Escrituras- el que esculpirá el ser histórico bizantino.
En esta primera época se destacan figuras de gran valor intelectual, como, por ejemplo, el neoplatónico Synésios de Cirene; el patriarca Juan Crisóstomo, destacado orador -su nombre significa "boca de oro"-, que escribe en un griego casi clásico; la emperatriz Athenais-Eudoxia, humanista y poeta, entre otros. Entre los últimos representantes de este brillante período no se puede dejar de nombrar al patriarca Sergio, en el siglo VII, quien estudió la historia y la filosofía antiguas estableciendo una relación de continuidad entre la época clásica y la suya. Todos ellos -y muchos otros- estudiaron las obras griegas antiguas, se preocuparon de escribir como sus antiguos maestros y, hecho de gran relevancia, comenzaron en Bizancio la labor de recopilación y copia de los manuscritos antiguos, conservando y difundiendo la herencia helénica.
Al finalizar este período, a principios del siglo VII, ya estamos frente a un Imperio griego y cristiano, hecho que quedó plasmado en el título imperial que adoptó en 629 el emperador Heraclio (610-641): "Basiléus Roméion Pistós en Christo", "Emperador de los Romanos fiel en Cristo". Podemos decir, recogiedo palabras de D. Zakythinós, que aún quedará parte de "la tradición romana, sí, pero enriquecida por la experiencia helenística, humanizada por la concepción griega de la dignidad humana y su noción del bien común, y temperada por el cristianismo".

Entre los siglos VII y IX se produce la llamada "Gran Brecha del Helenismo", abismo que separa dos paisajes históricos bien definidos. Es el fin de una era que, para los griegos, se remonta, sin interrupción, hasta la Antigüedad Clásica. En Grecia, durante dos siglos, entre 650 y 850, la vida se empobrece y la actividad intelectual parece detenerse. Unos graffitis de poco valor escritos en el Parthenón de Atenas constituyen la única fuente escrita del período. Es una verdadera "edad oscura", cuyos orígenes están relacionados con las invasiones ávaro-eslavas y búlgaras, que convulsionan la vida en los Balcanes. Pero también hay que buscar la explicación en un fenómeno más global: la crisis mediterránea, a escala "mundial", provocada por el ascenso del poderío musulmán. Pareciese que, en la misma Grecia, el helenismo ha declinado hasta la agonía. Bizancio, por su parte, no presenta un cuadro mucho más alentador: entre los siglos VII y VIII -aun cuando sabemos que, hacia el 680, Teodoro de Tarsos llega a Inglaterra portando manuscritos de varios autores griegos, entre ellos Homero, Flavio Josefo y Juan Crisóstomo, fundamento de un futuro despertar intelectual inglés- decaen notoriamente la instrucción pública y la actividad intelectual. El Imperio se enfrenta, en el occidente, a eslavos, ávaros y búlgaros, quienes se han adueñado de los Balcanes interrumpiendo de esta manera las comunicaciones con el Occidente Latino. En el oriente, Siria y Palestina, así como el norte de Africa, han caído en manos musulmanas. El Imperio queda reducido, prácticamente, al área tradicionalmente griega del Mediterráneo Oriental, lo que reforzará su caracter helénico.
A esta crisis exterior se suma otra interior, que conmocionó al Imperio por más de un siglo (726-843): la Querella de las Imágenes. La iconoclasia se nos presenta como la arremetida de las tendencias orientalizantes en contra no sólo del helenismo clásico y su aprecio por la belleza artística, sino también de una profunda convicción de los cristianos que ven en las imágenes (íconos) un medio para acercarse a lo Trascendente. En efecto, el arte bizantino no tiene como fin el mero goce estético, sensual, sino que debe producir una conmoción que eleve el alma hacia Dios: "per visibilia ad invisibilia", de los visible y corpóreo, hacia lo invisible e incorpóreo, decía el Pseudo Dionisio Areopagita. En la defensa de la veneración de los íconos los bizantinos se jugaban, pues, la Salvación de sus almas, y es ésto lo que explica la férrea disposición que manifestaron al defender sus creencias. El triunfo de los iconodulos, veneradores de imágenes, en 843 -la Fiesta de la Ortodoxia, verdadera efeméride nacional bizantina-, marca también el triunfo del helenismo cristianizado.

La "Gran Brecha" es un período crítico del cual Bizancio emergerá poderoso y revitalizado militar, política y culturalmente. Constantinopla es ahora una verdadera "reserva" del helenismo, y su población, totalmente griega, será ocupada en la repoblación de la reconquistada Grecia: en efecto, Bizancio salvó el helenismo incluso en la misma península balcánica, gracias aque había sabido apreciar y atesorar, conservándola vigente, la herencia griega. Es éste, sin duda, uno de los grandes aportes de la Civilización Bizantina a la Historia Universal.
Entre los años 850 y 1050 se vive en el Imperio un verdadero florecimiento intelectual -es el llamado "Renacimiento Macedonio"- en torno a los estudios clásicos. Un hito importante en este proceso lo constituye la reorganización de la Universidad de Constantinopla, obra del César Bardas, a mediados del siglo IX. En esta época se habla y se escribe en el Imperio un griego excelente, y en los siglos XI y XII en una forma muy próxima al clásico.
Sin duda que una de las figuras más destacadas de este período es la del patriarca Focio, tristemente célebre por el cisma eclesiástico que protagonizó. Su legado más importante lo constituye una obra conocida como la Biblioteca, selección y comentario de 279 obras, entre las cuales se cuentan autores griegos clásicos, helenísticos y cristianos. Focio prestó un gran servicio a la posteridad, ya que muchas obras de la Antigüedad las conocemos hoy sólo gracias a la preocupación del patriarca; hay que tener presente que tal repertorio bibliográfico es apenas un "botón de muestra" de los escritos conocidos y estudiados en la época. Otro libro de Focio, en el que demuestra su preocupación por la lengua helénica, es un diccionario etimológico, el Lexicon. Focio es, en verdad, el hombre que, después de la interrupción iconoclasta, supo ligar fuertemente y en forma definitiva a Bizancio con la Grecia clásica.
Al recordar a los grandes humanistas bizantinos, no se puede dejar de nombrar a Constantino VII Porphyrogénito, de mediados del siglo X, quien, si bien no fue un buen emperador, sí fue un intelectual de gran valor. Gracias a su obra Sobre las Ceremonias, conocemos en detalle el fastuoso ceremonial de la Corte de Constantinopla; en Sobre los Themas (provincias bizantinas) encontramos una excelente exposición y descripción de las provincias imperiales, involucrando geografía e historia; quizá su obra más relevante sea el De Administrando Imperio, dedicada a su hijo, un verdadero manual acerca de cómo debe dirigirse el Imperio, con una interesante descripción de sus pueblos vecinos y recomendaciones que el emperador debe seguir al entrar en relación con cada uno de ellos. Constantino VII se rodeó de una corte de sabios, destacándose como uno de los pocos casos de mecenas en la Edad Media.
Durante el siglo X se estudió con ahínco la filosofía aristotélica, platónica y neoplatónica. Del Oriente musulmán Abásida, donde en esta época se persigue a los cultores de la filosofía helénica, llegan a Constantinopla muchos sabios cargando con valiosos manuscritos, que se remontan a antiguas bibliotecas romanas, o que llegaron a Persia junto con la migración de maestros atenienses poco después de la clausura de la Escuela de Atenas. Esta verdadera migración de intelectuales que renuevan los estudios en Bizancio, es una prefiguración de lo que ocurrirá en Italia cuatro o cinco siglos más tarde. Bizancio ha logrado un equilibrio en esta época: se estudia el legado clásico y helenístico, utilizando términos y terminologías clásicas, pero ajustándolas a su atmósfera cristiana.

Aunque en crisis desde el siglo XI (podemos tomar como hitos el 1054, año del cisma religioso, o el 1071, el desastre bélico de Mantzikert, o los años que corren entre 1060 y 1090, cuando se produce la primera gran devaluación monetaria después de ocho siglos de estabilidad económica, hecho inédito en la Historia), y más profundamente desde el siglo XIII (cuando la Capital, en 1204, es ocupada y saqueada por los Cruzados, desmembrándose el Imperio), la actividad intelectual no se detiene: Ana Comnena y su Alexíada, el filósofo Manuel Psellós, o los tratados políticos de Nicéforo Blemmydes, dan buena cuenta de ello.
Finalmente, en los siglos XIII y XIV se vuelven a estudiar los autores clásicos y cristianos con renovado vigor, tal vez debido a que se tuvo conciencia del desastre que se aproximaba, de modo que se buscaba intensamente, frente a los tiempos adversos, un consuelo en aquel pasado esplendoroso, buscando allí las respuestas para las dramáticas interrogantes del momento. Sabios bizantinos de renombre, como Crisolaras o Gemistus Plethon, emigraron a Italia impulsando allí los estudios clásicos, primeros pasos del Renacimiento Occidental de los siglos XIV, XV y XVI, mientras que otros sabios griegos fueron acogidos en diversas cortes occidentales. No fue este el único servicio que el Imperio prestó a la Civilización Occidental: protegió a Europa, durante mil años, de las acometidas de las hordas bárbaras del Asia, dando tiempo al Occidente para organizarse. Bizancio, pues, defendió y civilizó en parte a la Civilización Cristiana occidental.
De esta época data también uno de los monumentos artísticos más impresionantes de Bizancio: la iglesia de San Salvador in Chora, verdadero relicario donde se guardaba el ícono milagroso de la Panagia Hodigitria, atribuido al apóstol san Lucas. Los mosaicos y pinturas de esta iglesia constituyen uno de los más egregios testimonios del arte bizantino, por la solidez conceptual de su programa iconográfico, su fino acabado artístico y la exposición clara de las tendencias clásicas del llamado "Renacimiento Paleólogo"; es uno de los más logrados y famosos monumentos de Constantinopla, y una de las galerías de arte más interesantes del mundo.
También el mundo musulmán recibió el legado bizantino. Ya hicimos notar que en 529 muchos intelectuales griegos emigraron a Persia, que poco más de un siglo después caería bajo dominio islámico. Avicena o Averroes, connotados estudiosos de la filosofía griega, especialmente de Aristóteles, deben a Bizancio el conocimiento de ella; este contacto con el mundo clásico llegará también a Occidente a través de la España musulmana. Los bizantinos estudiaron las matemáticas, pero su complicado e imperfecto sistema numérico no les permitió realizar grandes avances en dicha ciencia; los musulmanes recibieron esta herencia y la perfeccionaron magistralmente, pero no hay que olvidar que, en principio, recibieron este saber de manos bizantinas. Finalmente, recordemos que la arquitectura, religiosa o civil, del Oriente Islámico, fue en gran parte obra de arquitectos y artesanos bizantinos: de hecho, Bagdad, casi completa, fue levantada por éstos. Que los musulmanes hayan transitado desde una ruda cultura hasta una refinada civilización lo deben, en gran medida, al influjo bizantino.
La entrada de los eslavos en la Historia Universal es, también, obra de bizantinos, quienes los evangelizaron y civilizaron. Es durante la época de Focio cuando la expansión misionera de Bizancio se encuentra en su cúspide. En aquel tiempo, dos hermanos, Cirilo y Metodio, crean un alfabeto, el glagolítico -origen del actual alfabeto cirílico-, para traducir a la lengua eslava las Sagradas Escrituras. Serbios, búlgaros y rusos, principalmente, aunque también moravos e incluso croatas en un primer momento, recibirán el bautismo de manos de sacerdotes griegos, y cada uno de estos pueblos gozará de un privilegio que no existirá en Occidente hasta nuestro siglo: la liturgia en lengua vernácula. A la traducción de escritos religiosos siguió pronto la de obras profanas, integrándose las naciones eslavas a la cultura greco-bizantina. Los pueblos eslavos, así, deben a Bizancio, específicamente a Cirilo y Metodio -así como también a los desvelos del patriarca Focio y al apoyo del emperador Miguel III- su tradición literaria. Pero no sólo la religión y la literatura: recibieron de los bizantinos el Derecho, las formas de organización política, el pensamiento filosófico, la arquitectura y el arte. En resumen, Bizancio evangelizó y civilizó en forma completa y total a los pueblos eslavos, quienes, incluso, ampliaron el área de influencia bizantina: los búlgaros transmitieron este legado a los válacos -ancestros de los rumanos-, mientras que los rusos se lo enseñaron a los lituanos.

En 1453 circulaba una leyenda en Constantinopla: el último emperador se convertirá en una estatua de mármol que, por la Gracia de Dios, recobrará la vida cuando el mal haya pasado, para conducir a su pueblo, triunfalmente, ante el Juez Supremo. Sin poder salvar el Imperio, pues, se salva la imagen providencial del emperador. Esta fuerza mística va a ser rescatada por los pueblos herederos de Bizancio: los rusos formularán la doctrina de una verdadera translatio imperii, según la cual Moscú es la Tercera Roma, heredera legítima del Imperio Romano. Los griegos, por su parte, para quienes la historia de Bizancio es su propia historia, recordarán al Imperio en la época de su independencia, recuerdo que es admiración por el pasado y esperanza en el futuro.

ESTADOS EQUIVOCADOS


Incuestionablemente en la rigurosa observación del mí mismo, resulta siempre impostergable e inaplazable hacer una completa diferenciación lógica en relación con los acontecimientos exteriores de la vida práctica y los estados íntimos de la conciencia.
Necesitamos con urgencia saber donde estamos situados en un momento dado, tanto en relación con el estado íntimo de la conciencia, como en la naturaleza específica del acontecimiento exterior que nos está sucediendo.
La vida en sí misma es una serie de acontecimientos que se procesan a través del tiempo y del espacio...
Alguien dijo: «La vida es una cadena de martirios que lleva el hombre enredada en el Alma»...
Cada cual es muy libre de pensar como quiera; Yo creo que a los efímeros placeres de un instante fugaz, le suceden siempre el desencanto y la amargura...
Cada acontecimiento tiene su sabor característico especial y los estados interiores son asimismo de distinta clase; esto es incontrovertible, irrefutable...
Ciertamente el trabajo interior sobre sí mismo se refiere en forma enfática a los diversos estados psicológicos de la conciencia. Nadie podría negar que en nuestro interior cargamos con muchos errores y que existen estados equivocados...
Si de verdad queremos cambiar realmente, necesitamos con urgencia máxima e inaplazable, modificar radicalmente esos estados equivocados de la conciencia...
La modificación absoluta de los estados equivocados, origina transformaciones completas en el terreno de la vida práctica...
Cuando uno trabaja seriamente sobre los estados equivocados, obviamente los sucesos desagradables de la vida, ya no pueden herirle tan fácilmente...
Estamos diciendo algo que sólo es posible comprenderlo vivenciándolo, sintiéndolo realmente en el terreno mismo de los hechos...
Quien no trabaja sobre sí mismo es siempre víctima de las circunstancias; es como mísero leño entre las aguas tormentosas del océano...
Los acontecimientos cambian incesantemente en sus múltiples combinaciones; vienen uno tras otro en oleadas, son influencias...
Ciertamente existen buenos y malos acontecimientos; algunos eventos serán mejores o peores que otros...
Modificar ciertos eventos es posible; alterar resultados, modificar situaciones, etc., está ciertamente dentro del número de las posibilidades.
Empero existen situaciones de hecho que de verdad no pueden ser alteradas; en estos últimos casos deben aceptarse conscientemente, aunque algunas resulten muy peligrosas y hasta dolorosas...
Incuestionablemente el dolor desaparece cuando no nos identificamos con el problema que se ha presentado...
Debemos considerar la vida como una serie sucesiva de Estados interiores; una historia auténtica de nuestra vida en particular está formada por todos esos estados...
Al revisar la totalidad de nuestra propia existencia, podemos verificar por sí mismos en forma directa, que muchas situaciones desagradables fueron posibles gracias a estados interiores equivocados...
Alejandro Magno aunque siempre fue temperante por naturaleza, se entregó por orgullo a los excesos que le produjeron la muerte...
Francisco I murió a causa de un sucio y abominable adulterio, que muy bien recuerda la historia todavía...
Cuando Marat fue asesinado por una monja perversa, se moría de soberbia y de envidia, se creía a sí mismo absolutamente justo...
Las damas del Parque de los Siervos incuestionablemente acabaron totalmente la vitalidad del espantoso fornicario llamado Luis XV.
Muchas son las gentes que mueren por ambición, ira o celos, esto lo saben muy bien los Psicólogos...
En cuanto nuestra voluntad se confirma irrevocablemente en una tendencia absurda, nos convertimos en candidatos para el panteón o cementerio...
Otelo debido a los celos se convirtió en asesino y la cárcel está llena de equivocados sinceros...

65/


El verdadero amigo es aquél que está a tu lado cuando preferiría estar en otra parte.

64/

Vale más saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una sola cosa.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Michelangelo Buonarroti


Michelangelo Buonarroti nació el 1475 junto a Florencia y murió en Roma en el 1564, cuando iba a cumplir 89 años.Su larga vida transcurrió entre las dos ciudades, al servicio de los Médici y de los Papas. Fue una gigantesca y ejemplar personalidad artística; para mucha gente, el mayor artista de todos los tiempos.Miguel Angel sobrevivió más de cuarenta años a los otros dos grandes artistas del Cinquecento, Leonardo (+1519) y Rafael (+1520). Esto, unido a su fuerte personalidad, explica que su obra sea representativa del más puro Renacimiento, a la vez que superadora del mismo.En efecto, con Miguel Ángel entraran en crisis los valores renacentistas de equilibrio y armonía, serenidad y belleza, que se verán sustituidos por otros de carácter anticlásico, anunciadores de lo que será el Manierismo. Con Miguel Ángel se inicia, por tanto, la crisis del Renacimiento.
Aunque dejó notables obras arquitectónicas y pictóricas, él se consideró ante todo escultor. Y, en efecto, su vocación escultórica se manifiesta ya en aquellas.El aspecto dominante en la obra escultórica de Miguel Ángel es el que sus coetáneos llamaron terribilitá, esto es, el intenso dramatismo de sus figuras, pletóricas de fuerza fisica y de fuerza espiritual. Serenas exteriormente, parecen agitadas por una infranqueable energía psíquica que no encuentra salida en la acción fisica; de ahí su dinamismo contenido.
A lo largo de su trayectoria artística se aprecian cambios muy significativos. El primer Miguel Ángel es un escultor plenamente renacentista, que busca ante todo la belleza, la perfección, y sus ideales artísticos son el equilibrio y la armonía tanto del cuerpo como del espíritu de las figuras. En sus años últimos estamos ya delante de un artista que antepone al ideal de belleza la fuerza expresiva, que ejecuta figuras en actitudes inestables, distorsionadas, llenas de dramatismo y angustia espiritual, en clara contradicción con el ideal clásico de equilibrio y armonía. Es el triunfo del anticlasicismo manierista, la crisis del Renacimiento.Dos obras de idéntica temática reflejan perfectamente este cambio de valores en el artista: La Piedad del Vaticano, obra juvenil (realizada el 1498-99), y la Piedad Rondanini (empezada hacia el 1555 y que quedó sin acabar al morir). La primera, enmarcada en un esquema piramidal, es un conjunto delicado y suave, que transmite una sensación de armonía y calma; el rostro de la virgen como el cuerpo de Cristo está idealizados. El dolor de aquella es íntimo, evitando la tensión dramática; todo es serenidad, de cuerpo y de espíritu. Medio siglo después, en la Piedad Rondanini, Miguel Ángel busca ante todo la impresión patética, intenta expresar el dolor, no la belleza formal. Ha abandonado definitivamente la concepción clásica de la belleza que plasmó en la Piedad del Vaticano: los cuerpos de la Virgen y de Cristo, alargados y delgados, presentan una posición inverosímil y distorsionada; las dos figuras se fusionan configurando un tronco único sin seguir ningún esquema compositivo. Además, frente al fino acabado de la primera, la Pietá Rondanini presenta una textura áspera, totalmente despreocupada de la perfección anatómica y de la belleza externa. El artista ha optado por el antinaturalismo para presentar la expresión de su idea: la unión espiritual, íntima, de la Madre con el Hijo.


El David, de clara inspiración clásica, es otra obra de juventud; en ella, Miguel Ángel estudia la anatomía masculina de un joven que observa atentamente a su rival, preparando las fuerzas para el asalto. Es un ejemplo perfecto de la tensión contenida de las figuras de Miguel Ángel.
El Mausoleo de Julio II, grandioso proyecto escultórico pensado para ser colocado bajo la cúpula de san Pedro del Vaticano, fue el gran fracaso de Miguel Ángel. Éste, que emprendió con gran ilusión la obra, vio como el ambicioso proyecto inicial quedó reducido a un sepulcro mural colocado en la iglesia romana de San Pietro in Vincoli.
Una de sus piezas fundamentales, es el Moisés, máxima expresión de la terribilitá: la figura es grandiosa tanto espiritual como fisicamente: el rostro airado de Moisés refleja su cólera al ver como los suyos adoraban falsos ídolos. Para este mausoleo estaban destinadas también los famosos Esclavos, que Miguel Ángel dejara sin acabar, y que expresan como el alma humana, presa de la materia, lucha por liberarse. Tanto en los Esclavos como en el Moisés, está presente la influencia de Laocoonte, la escultura helenística descubierta en 1506 y que produjo un fuerte impacto en el arte de nuestro artista.
Otra obra genial de Miguel Ángel es el Sepulcro de los Médici, ubicado en la capilla funeraria que éstos tenían en la iglesia de San Lorenzo de Firenze: allí realizó los mausoleos de Guiliano y de Lorenzo de Médici; las figuras sepulcrales de los dos se nos ofrecen sentadas: el primero, con presencia de general romano, representa al hombre de acción; el segundo, en actitud pensativa (il pensiero) expresa el temperamento contrario. Apoyadas sobre las urnas funerarias aparecen cuatro figuras desnudas; los cuatro momentos principales del día: la tarde (el anciano decrépito de carnes flácidas), la noche (figura femenina pletórica de fuerza), la aurora (mujer desperezándose) y el día (joven lleno de vigor). En estas figuras -símbolo del poder destructor del tiempo- se impone el Manierismo: no descansan serenas, ya que su posición es inestable, resbaladiza, y están marcadas por la tensión y la tragedia.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

EL ESTADO INTERIOR


Combinar estados interiores con acontecimientos exteriores en forma correcta, es saber vivir inteligentemente. Cualquier evento inteligentemente vivenciado exige su correspondiente estado interior específico...
Empero, desafortunadamente las gentes cuando revisan su vida, piensan que ésta en sí misma está constituida exclusivamente por eventos exteriores...
¡Pobres gentes! piensan que si tal o cual acontecimiento no les hubiese sucedido, su vida habría sido mejor...
Suponen que la suerte les salió al encuentro y que perdieron la oportunidad de ser felices...
Lamentan lo perdido, lloran lo que despreciaron, gimen recordando los viejos tropiezos y calamidades...
No quieren darse cuenta las gentes que vegetar no es vivir y que la capacidad para existir conscientemente depende exclusivamente de la calidad de los estados interiores del Alma...
No importa ciertamente cuan hermosos sean los acontecimientos externos de la vida, si no nos encontramos en tales momentos en el estado interior apropiado, los mejores eventos pueden parecernos monótonos, cansones o simplemente aburridores...
Alguien aguarda con ansiedad la fiesta de bodas, es un acontecimiento, más podría suceder que se estuviese tan preocupado en el momento preciso del evento, que realmente no gustase en ello ningún deleite y que todo aquello se tornase tan árido y frío como un protocolo...
La experiencia nos ha enseñado que no todas las personas que asisten a un banquete o a un baile, gozan de verdad...
Nunca falta un aburrido en el mejor de los festejos y las piezas más deliciosas alegran a unos y hacen llorar a otros...
Muy raras son las personas que saben combinar conscientemente el evento externo con el estado interior apropiado...
Es lamentable que las gentes no sepan vivir conscientemente: lloran cuando deben reír y ríen cuando deben llorar...
Control es diferente. El sabio puede estar alegre más nunca jamás lleno de loco frenesí; triste pero nunca desesperado y abatido. sereno en medio de la violencia; abstemio en la orgía; casto entre la lujuria, etc....
Las personas melancólicas y pesimistas piensan de la vida lo peor y francamente no desean vivir... Todos los días vemos gentes que no solamente son infelices, sino que además y lo que es peor, hacen también amarga la vida de los demás... Gentes así no cambiarían ni viviendo diariamente de fiesta en fiesta; la enfermedad psicológica la llevan en su interior... tales personas poseen estados íntimos definitivamente perversos...
Sin embargo esos sujetos se auto-califican como justos, santos, virtuosos, nobles, serviciales, mártires, etc., etc., etc... Son gentes que se auto-consideran demasiado; personas que se quieren mucho a sí mismas...
Individuos que se apiadan mucho de sí mismos y que siempre buscan escapatorias para eludir sus propias responsabilidades... Personas así están acostumbradas a las emociones inferiores y es ostensible que por tal o cual motivo crean diariamente elementos psíquicos infrahumanos. Los eventos desgraciados, reveses de fortuna, miseria, deudas, problemas, etc., son exclusividad de aquellas personas que no saben vivir...
Cualquiera puede formarse una rica cultura intelectual, más son muy pocas las personas que han aprendido a vivir rectamente...
Cuando uno quiere separar los eventos exteriores de los estados interiores de la conciencia, demuestra concretamente su incapacidad para existir dignamente. Quienes aprenden a combinar conscientemente eventos exteriores y estados interiores, marchan por el camino del éxito...

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Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender.

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El que busca un amigo sin defectos se queda sin amigos.

martes, 4 de diciembre de 2007

MOZART


Compositor austriaco del periodo clásico. Uno de los más influyentes en la historia de la música occidental. Nació el 27 de enero de 1756 en Salzburgo, y lo bautizaron con el nombre de Johannes Chrysostomus Wolfgang Amadeus Mozart. Estudió con Leopold Mozart, su padre, conocido violinista y compositor que trabajaba en la orquesta de la corte del arzobispo de Salzburgo.

A los seis años Mozart era ya interprete avanzado de instrumentos de tecla y eficaz violinista, a la vez que hacía gala de una extraordinaria capacidad para la improvisación y la lectura de partituras. Todavía hoy se interpretan cinco pequeñas piezas para piano que compuso a esa edad. En 1762 Leopold comenzó a llevar a su hijo de gira por las cortes de Europa. Durante este periodo compuso sonatas, tanto para clave como para violín (1763), una sinfonía (1764), un oratorio (1766) y la ópera cómica La finta semplice (1768). En 1769 fue nombrado Konzertmeister del arzobispado de Salzburgo, y en La Scala de Milán el Papa le hizo caballero de la Orden de la Espuela Dorada. Ese mismo año compuso Bastien und Bastienne, su primer singspiel (tipo de ópera alemana con partes recitadas). Al año siguiente le encargaron escribir su primera gran ópera, Mitrídates, rey del Ponto (1770), compuesta en Milán. Con esta obra su reputación como músico se afianzó todavía más. Mozart volvió a Salzburgo en 1771. El cargo de Mozart en la ciudad no era remunerado, pero le permitió componer un gran número de obras importantes durante seis años, eso sí, en detrimento de su situación económica. En 1777 obtuvo permiso para dar una gira de conciertos, y se fue a Munich con su madre.

A la edad de veintiún años Mozart buscaba en las cortes europeas un puesto mejor remunerado y más satisfactorio, pero sus deseos no se cumplieron. Marchó a Mannheim, capital musical de Europa por aquel entonces, con la idea de conseguir un empleo en su orquesta, y allí se enamoró de Aloysia Weber. Leopold envió a su esposa e hijo a París. La muerte de su madre en la capital francesa en 1778, el rechazo de Weber y el desprecio de los aristócratas para quienes trabajaba hicieron que los dos años transcurridos entre su llegada a París y su regreso a Salzburgo en 1779 fueran un periodo negro en su vida. Ya en su ciudad natal, Mozart compuso dos misas y un buen número de sonatas, sinfonías y conciertos. Estas obras revelan por primera vez un estilo propio y una madurez musical extraordinaria. El éxito de su ópera italiana Idomeneo, rey de Creta, encargada y compuesta en 1781, hizo que el arzobispo de Salzburgo le invitara a su palacio, en Viena, pero se sintió explotado y decidió marcharse. Se dedicó entonces a dar clases en una casa que alquilaron para él unos amigos. Allí compuso el singspiel, El rapto en el serrallo, encargada en 1782 por el emperador José II. Ese mismo año se casó con Constanze Weber, hermana menor de Aloysia; juntos vivieron acosados por las deudas hasta la muerte de Mozart. Las óperas Las bodas de Fígaro (1786) y Don Giovanni (1787), con libretos de Lorenzo Da Ponte, aunque triunfaron en Praga, no fueron bien recibidas en Viena.

Desde 1787 hasta la creación de Così fan tutte (1790, también con libreto de Da Ponte), Wolfgang no recibió nuevos encargos de óperas. Para la coronación del emperador Leopoldo II en 1791 compuso La clemenza di Tito, con libreto de Metastasio. Las tres grandes sinfonías de 1788 nº 39 en mi bemol, nº 40 en sol menor y nº 41 en do (Júpiter) nunca se interpretaron bajo su dirección. Mientras trabajaba en La flauta mágica (1791, con libreto de Emmanuel Schikaneder), el emisario de un misterioso conde Walsegg le encargó una misa de réquiem. Esta obra, inacabada por la muerte de Mozart, fue su última composición, que terminó Franz Süssmayr, discípulo suyo. Mozart murió en Viena el 5 de diciembre de 1791, se cree que por una dolencia renal crónica. Sólo unos pocos amigos fueron a su funeral. La leyenda por la cual el compositor italiano Antonio Salieri pudo haber asesinado a Mozart carece de todo fundamento.

A pesar de su corta vida y malograda carrera, Mozart se encuentra entre los grandes genios de la música. Su inmensa producción (más de 600 obras), muestra a una persona que, ya desde niño, dominaba la técnica de la composición a la vez que poseía una imaginación desbordante. Sus obras instrumentales incluyen sinfonías, divertimentos, sonatas, música de cámara para distintas combinaciones de instrumentos, y conciertos; sus obras vocales son, básicamente, óperas y música de iglesia. Sus manuscritos muestran cómo, salvo cuando hacía borradores de pasajes especialmente difíciles, primero pensaba la obra entera y luego la escribía. Su obra combina las dulces melodías del estilo italiano, y la forma y contrapunto germánicos. Mozart epitomiza el clasicismo del siglo XVIII, sencillo, claro y equilibrado, pero sin huir de la intensidad emocional. Estas cualidades son patentes sobre todo en sus conciertos, con los dramáticos contrastes entre el instrumento solista y la orquesta, y en las óperas, con las reacciones de sus personajes ante diferentes situaciones. Su producción lírica pone de manifiesto nueva unidad entre la parte vocal y la instrumental, con una delicada caracterización y el uso del estilo sinfónico propio de los grandes grupos instrumentales.