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...Sirvan estas líneas a modo de homenaje y agradecimiento a cuantos se cruzaron en mi camino y me aportaron alguna porción de esa esencia de la vida, cuyo conjunto hizo y hace que ésta merezca la pena ser transitada, especialmente a aquellos cuya capacidad de disfrutar haciendo disfrutar a otros, admiro, venero y agradezco, cuyo afán por ello les deseo sea devuelto merecidamente día tras día.

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sábado, 27 de septiembre de 2008

LAS MOIRAS


Las Moiras, el equivalente griego de las Parcas romanas (Nona, Décima y Morta) y de las Nornas nórdicas (Urd, Verthandi y Skuld), eran tres: Cloto, Láquesis y Atropos. Personifican el Destino que rige con igual inflexibilidad tanto la existencia de los hombres como la de los dioses.
Se las suele representar bajo la forma de tres pálidas ancianas que hilan en silencio a la tenue luz de una lámpara de aceite.

·Cloto, la Hilandera, es la más joven. Tiene en su mano una rueca en la que lleva prendidos hilos de todos los colores y de todas las calidades: de seda y oro para los hombres cuya existencia ha de ser feliz; de lana y cáñamo para todos aquellos que estan destinados a ser pobres y desgraciados.
·Láquesis, la que mide el Destino, da vueltas al huso en el que se van enrollando los hilos que le presenta su hermana, dirigiendo el curso de la vida.
·Atropos, la Ineludible, es la de mayor edad; aparece con la mirada atenta y melancólica, inspeccionando el trabajo de sus hermanas y, valiéndose de unas largas tijeras, corta de improviso y cuando le place el hilo fatal, poniendo fin a la existencia sin respetar la edad, la riqueza, el poder, ni ninguna otra prerrogativa.

Aunque se las suele considerar como hijas de Zeus y Temis, lo más probable es que sean hijas de la Noche, deidad primigenia que concibe por sí sola. Esto es así porque, si bien se acepta que los dioses puedan interceder ante ellas para salvar la vida de algún mortal, ni tan siquiera Zeus, su pretendido padre, tiene facultad para darles órdenes o eludir su dictámen.
No obstante, se tiene constancia de que en alguna ocasión su juicio pudo ser burlado mediante alguna estratagema. Tal es el caso del dios Apolo que, tras haber emborrachado a las tres hermanas, pudo conseguir que éstas accedieran a indultar al joven Admeto (a quien Apolo escogió servir durante el año en el que fue condenado a vivir entre los mortales como castigo por matar a los Cíclopes) a cambio de que alguien muriese en su lugar. Admeto creyó que uno de sus ancianos padres aceptaría esa suerte con gusto en lugar de su hijo, pero cuando éstos se negaron fue Alcestis, su esposa, la que se sacrificó por amor hacia él (aunque luego fue rescatada por Heracles, que luchó contra Thanatos, dios de la muerte, para liberarla). Este mito se describe en la obra Alcestis, de Eurípides.
De este modo, las Moiras se erigieron en deidades terribles, temidas y respetadas, puesto que su dictámen acompaña a todos los seres desde el mismo momento de su nacimiento.

Pero a diferencia de las Parcas, las Moiras no se entienden simplemente como deidades que administran o deciden el destino, sino más bien como el Destino en sí mismo; más que su certeza, su resultado. Es la fatalidad, el devenir de los acontecimientos que rigen la vida y hechos de todos los seres, el karma ineludible, por ejemplo, que arrastra a Edipo a matar a su padre.
Y su inevitabilidad se pone de manifiesto en mitos como el de Meleagro.

Meleagro era hijo de Eneo, rey de Calidonia, y de Altea. Cuando contaba solamente tres días de vida, su madre vió junto al hogar a las Moiras, que echaban al fuego un trozo de madera murmurando: La vida de este niño durará lo que dure este tizón. De inmediato, Altea salta del lecho, saca el tizón de las llamas, lo sumerge en agua y lo esconde cuidadosamente para preservar la vida de su hijo.
Veinte años después, habiendo ofrecido Eneo un solemne sacrificio a todos los dioses para testimoniarles su reconocimiento por la abundancia de las cosechas, se olvidó por desgracia de incluir en su homenaje a la diosa Artemis, hermana de Apolo. La diosa tomó venganza haciendo que en la comarca de Calidonia apareciera un terrible jabalí que debastaba las tierras, arrancaba de cuajo los frutales y desolaba los campos. Era corpulento como un toro y vomitaba vapores pestilentes; sus cerdas eran como puntas de lanza y sus colmillos enormes como los de un elefante.

Teseo, Jasón, Cástor, Pólux y muchos otros príncipes jóvenes acudieron de todas las ciudades vecinas para librar al país de aquel azote. Meleagro, hijo de Eneo, dirigía el ataque de los cazadores. Equión, hijo del dios Hermes, lanzó el primer dardo contra el monstruo y falló el golpe. Jasón no fué más afortunado. Mopso lo hirió con su flecha, pero sin causarle daño alguno. Mientras tanto el animal enfurecido derribaba todo lo que estaba a su alcance, y había ya herido gravemente a muchos de los cazadores cuando Atalanta, hija de Jasio, le asestó detrás de la oreja un flechazo que lo derribó. Meleagro le dio el golpe mortal, lo hizo luego pedazos y ofreció la cabeza a la intrépida arquera como reconocimiento a su destreza.
Pero los tíos maternos del joven, celosos de que una mujer arcadia fuese objeto de tales honores, la provocaron, le arrebataron la cabeza y la humillaron con numerosos insultos.
Lleno de furor, Meleagro no pudo contenerse y, arremetiendo contra sus tíos, los atravesó con su espada. Altea, que amaba a sus hermanos, ofuscada por la desesperación que le causaba su muerte, fue a buscar el tizón que tan celosamente había guardado hasta entonces y lo echó al fuego. Mientras el tizón ardía y se consumía, una fiebre terrible se apoderó de Meleagro,consumiendo sus entrañas y llevándole a la muerte.

La víbora que mata a Eurídice, la imprudencia que lleva a la perdición a Icaro, la distracción de Teseo que da lugar al malentendido que precipita el suicidio de Minos, la confusión de Héctor que desencadena la muerte de Patroclo y con ello la suya propia a manos del furioso Aquiles... no son más que distintas manifestaciones del cumplimiento de lo inexorable: la voluntad férrea e inquebrantable de las Tres Hermanas.

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