Comenzaba a amanecer, el cielo se teñía de rojo y aun estaba allí. Llevaba horas mirando la luna, viendo como su esplendor se tornaba cada vez mas tenue hasta que el crepúsculo la eclipsó. A mi lado, y al son de la música, bailaba la llama de una vela, ora si, ora no. En ciertos momentos la llama se reducía hasta volverse casi imperceptible, pero luego crecía haciéndose notar, vibrando, retorciéndose cual serpiente, y las gotas incandescentes caían sobre el suelo mojado con un quejido.
Mire mi mano otra vez, la sangre ya estaba seca ¿ como había podido emanar tanta de tan simple herida? Parecía como si cada gota quisiese huir de mi cuerpo, como si sintiesen que mis propias venas ya no eran un hogar seguro para ellas, y yo sonreía -ingenuas- tarde o temprano acabarían por morir en un ultimo éxtasis, en mi ultimo aliento.
Alcé la vista, el oscuro bosque se extendía ante mis ojos, pero ahora era mas oscuro y misterioso que nunca. De vez en cuando pequeñas gotas de rocío caían confundiéndose entre las vulgares gotas de lluvia, protestando con un sordo rumor al verse reducidas a simple agua salada.
Mi oídos eran capaces de percibir cualquier sonido, desde el aullido de un lobo en la cima de las montañas hasta el caer de una hoja seca. Se agudizaban mis sentidos, una mezcla de aromas me llegó con la suave brisa, olores cálidos como el fuego y fríos como el movimiento de hojas de mentha en la lejanía, olores dulces como el de un cervatillo recién nacido y amargos como el olor a muerte. Pero el mas profundo, el que me calaba y me asfixiaba era mi propio olor. Con un deje amargo, salado y muy intenso. Un aroma que me embriagaba, cerraba mi mente a los demás y me perseguía aunque tratase de huir. No se puede huir de uno mismo como no se puede huir del destino.
Dirigí mi mirada al suelo y un rayo de sol cegó mis ojos, extendí mi brazo, el que aun respondía a mis deseos y alcancé mi espada. Bañada en sangre como estaba aun conservaba intacta esa sensación de pureza que irradiaba desde el momento que llego a mis manos. Solté la empuñadura y acaricie la hoja pasando mi dedo pulgar por el filo. Aun estaba afilada... miré mi mano, de mi dedo emanaba un liquido plateado transparente...era la sangre de un Dios, la sangre de una vida eterna que había acabado antes de comenzar.
Reposé mi cabeza sobre el tronco del árbol que estaba a mi espalda, la música había cesado, la llama se había apagado y el sol había salido y con él yo tendría que irme haciendo compañía a las estrellas, dejando la vida como un simple mortal, añorando la esencia de mi verdadero ser.
Mis ojos se empañaron al mirarle, yacía a mi lado sin vida, mi mejor amigo, mi hermano y mi verdugo. Sus ojos aun miraban al cielo y su rostro aun conservaba esa expresión de terror que alcanzó al tomar conciencia de lo que había hecho. En su mano dormitaba humilde su espada, herida en su orgullo, utilizada no como arma de muerte si no como portador de la misma. En su filo aun se dejaban ver las huellas del veneno que había penetrado en mi carne y arrancado mi alma, que había dado muerte a un ser mortal con sueños de eternidad.
Una lagrima cayo de mis ojos y rebotó en mi pecho, yendo a parar a mi mano, una lagrima que tornó al mas puro diamante. Era por fin la lagrima de un dios... que jamás podría ser dañada.
Y ya, estaba diciéndole adiós al mundo, lamentando mi suerte y gritando en silencio mi perdida, cuando la sombra de un pasado, una luz amada se poso en mi mirar. Y recordé. Sus ojos miel y su cautivadora sonrisa segaron de golpe mi amargura. Sujetaba mis manos con fuerza, y sus labios se curvaban en el mas dulce gesto que jamás vi, pero de sus ojos una gota de rocío cayó sobre mi mano, sobre mi propia lagrima haciéndola brillar como si la intensidad de la luna quisiera hacer frente al miso sol. La cogió en sus manos y por fin supe que vivir la eternidad sin ella habría sido soportar un infierno dentro del paraíso. Y clave mi mirada en sus ojos esperando la muerte con ansia, pues cuanto mas viviera mas profundo seria su dolor. Me estremecí. Respire con fuerza por ultima vez y la vida comenzó a abandonar mi cuerpo. En un ultimo esfuerzo cogí sus manos entre las mías. Y sucedió.
Las sombras se apoderaron de mi mente, el bosque se silencio como si alguien lo hubiera mandado callar y la luna decidió que el sol no era digno de mi muerte y lo cubrió, convirtiéndolo en una llama negra y furiosa.
Sus labios se acercaron a los míos regalándome su ultimo aliento y mi corazón se quebró, dejando que la llamas de un sentimiento más fuerte que la muerte envolvieran mi alma en su manto y lo protegiesen para ella, para esperarla allá donde fuera.
Clavó su intensa mirada en mis ojos, que no eran capaces ya de ver pero intuían aun el halo que emanaba de ellos, el aura que rodeaba su cuerpo, y elevó su voz a las estrellas acompañando mi muerte, con el canto mas dulce, mas intenso y mas amargo que jamás pronunció y ser mortal. Y así, arrullado en esa profunda armonía, acompañado por el silencio del bosque, sin mas luz que el brillo de sus ojos, el éxtasis final se apoderó de mi y se escapo de mis labios el último vestigio de vida.
Fuente:
http://lothagar.iespana.es/biblioteca/rromanticos.htm
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