Jamás había visto algo semejante. Era una chica de mundo, de "su mundo" y no podía de ningún modo comprender cómo hasta ahora nunca había tenido la oportunidad de contemplar aquel espectáculo extraño que le maravillaba y le mantenía con la mirada fija.
Con los ojos como platos y la boca entreabierta, no podía emitir ni un simple sonido de asombro. Esta imagen escapaba de sus límites de conocimiento, desestructuraba su esquemática cabecita y destrozaba en un segundo todo lo que había aprendido hasta entonces. Todo lo que no le importaba ni le había hecho feliz nunca. Ahora comprendía por qué había sentido aquel vacío que su madre nunca le había podido explicar.
- ¿Por qué nunca me advirtieron de la existencia de algo tan excepcional? - se preguntaba una y otra vez.
La decepción comenzaba a inundarla, las lágrimas humedecieron sus mejillas y sus rodillas se doblaron hincándose dolorosamente en el duro asfalto de aquel parque, mostrando la flaqueza de sus piernas en ese momento.
Se quedó ahí, arrodillada y llorando. Con las manos tapaba su rostro con la inocente presunción de que así impediría que las lágrimas siguiesen brotando. Entonces entendió por qué no había conocido eso antes. Se había limitado a pensar cómo le enseñaron, a ver las cosas del único modo que había podido, a ver a personas que no hacían más que confirmar lo que le habían inculcado desde pequeña, no dejando ninguna opción a pensar que existía otra manera, otros caminos.
Siempre tuvo que observar todo desde un cristal muy estrecho y casi opaco. ¡Qué lástima! Vivir toda una vida con vista pero ciega. Más ciega que un invidente que lo padece desde el nacimiento porque a él le permiten el lujo de poder imaginar la realidad que vive. Eso sí, a su manera.
A ella no le permitieron ni eso.
- ¿Qué miras? - le inquirió una de las dos figuras ante las cuales la muchacha estaba parada - Parece que nunca has visto a nadie besarse.
Efectivamente, la triste realidad era que no. Nunca había visto, y mucho menos experimentado, un beso, una caricia o una sonrisa. Es más, no sabía ni el significado de esas palabras.
Había pasado su gris infancia en una mansión gris, rodeada de escasa gente gris y libros grises en los que nunca vió escritas palabras de cariño, de amistad, de apoyo, de aliento, de amor.
Amor.
- ¿Qué es amor, mamá? - preguntó una vez con cuatro añitos a su progenitora tras haber oído esa palabra venir de la calle.
- ¿De dónde has sacado tu eso? - le preguntó su madre con una mezcla de enojo y sorpresa.
- Lo oí anoche por la ventana - confesó inocentemente - Lo gritaba una chica. Pero ¿qué es?
- Es una invención, hija. - respondió con firmeza - No te preocupes por eso que no existe. ¿Vale?
La niña notó el miedo en las palabras de su madre y esa noche tuvo pesadillas con un monstruo gigante, oscuro y lleno de verrugas, dientes y garras afiladas que perseguía a su madre mientras ésta gritaba: "¡Corre, hija, es el amor!"
Desde entonces nunca olvidó esas cuatro letras pero jamás volvió a pronunciarla ni estando sola no fuera a ser que apareciese el amor tan terrorífico como ella imaginaba. A partir de la noche de su extraño sueño comprobó con impotencia como su madre ordenó cambiar los cristales de las ventanas por otros más gruesos y colocó pestillos y candados, lo cual no hizo más que confirmar los temores de la pequeña de que el amor podía entrar a hacerles daño.
- Esto es amor, niña - le dijo cariñosamente la muchacha del parque algo ruborizada - Nos queremos y es nuestra forma de demostrarlo.
Unas manos fuertes la agarraron de las axilas por detrás sobresaltándola y levantándola del suelo, dejando ver sus rodillas lastimadas.
De repente sintió un pinchazo en el pecho, de esos que alguna vez le habían asustado y que eran la causa de que su madre la sobreprotegiese de forma obsesiva. El dolor se fue haciendo cada vez más fuerte hasta llegar el punto en que empezó a marearse.
Oía la voz de su madre lejana gritando reproches acerca de su escapada y veía, cada vez con menos claridad, como sacaba su medicación (esa que tantas náuseas le daba) y aproximaba su mano a la boca de su hija.
Ella podía evitar el final pero no quería. Apretó la boca con las pocas fuerzas que le quedaban. Había descubierto el amor y no estaba dispuesta a volver a un mundo en el que se le negase lo más bello del ser humano. Su mente se fue nublando hasta que se desvaneció y cayó inerte en brazos de su madre.
Fue el descubrimiento de ese amor que su madre temía (y odiaba) el que, sin haber estado nunca enamorada, le partió su frágil corazón.
1 comentarios:
saben yo pensaba que esta niña era real desde que vi "niñas violadas" en Internet apareció esta foto le di clic y atrás desia que (otras 2 niñas violadas en los bajos del haina)en ese momento que la vi pensé que era real pero me metí mas al fondo de esta foto y vi que no era real solo es un cuento
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