BIENVENIDOS

...Sirvan estas líneas a modo de homenaje y agradecimiento a cuantos se cruzaron en mi camino y me aportaron alguna porción de esa esencia de la vida, cuyo conjunto hizo y hace que ésta merezca la pena ser transitada, especialmente a aquellos cuya capacidad de disfrutar haciendo disfrutar a otros, admiro, venero y agradezco, cuyo afán por ello les deseo sea devuelto merecidamente día tras día.

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viernes, 20 de febrero de 2009

Aristóteles

Aristóteles nació en el año 384 a.C. en una pequeña localidad macedonia cercana al monte Athos llamada Estagira, de donde proviene su sobrenombre, el Estagirita. Su padre, Nicómaco, era médico de la corte de Amintas III, padre de Filipo y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno. Nicómaco pertenecía a la familia de los Asclepíades, que se reclamaba descendiente del dios fundador de la medicina y cuyo saber se transmitía de generación en generación. Ello invita a pensar que Aristóteles fue iniciado de niño en los secretos de la medicina y de ahí le vino su afición a la investigación experimental y a la ciencia positiva. Huérfano de padre y madre en plena adolescencia, fue adoptado por Proxeno, al cual pudo mostrar años después su gratitud adoptando a un hijo suyo llamado Nicanor.


Aristóteles

En el año 367, es decir, cuando contaba diecisiete años de edad, fue enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón. No se sabe qué clase de relación personal se estableció entre ambos filósofos, pero, a juzgar por las escasas referencias que hacen el uno del otro en sus escritos, no cabe hablar de una amistad imperecedera. Lo cual, por otra parte, resulta lógico si se tiene en cuenta que Aristóteles iba a iniciar su propio sistema filosófico fundándolo en una profunda critica al platónico. Ambos partían de Sócrates y de su concepto de eidos, pero las dificultades de Platón para insertar su mundo eidético, el de las ideas, en el mundo real obligaron a Aristóteles a ir perfilando términos como «sustancia», «esencia» y «forma» que le alejarían definitivamente de la Academia. En cambio es absolutamente falsa la leyenda según la cual Aristóteles se marchó de Atenas despechado porque Platón, a su muerte, designase a su sobrino Espeusipo para hacerse cargo de la Academia. En su condición de macedonio Aristóteles no era legalmente elegible para ese puesto.


A la muerte de Platón, ocurrida en el 348, Aristóteles contaba treinta y seis años de edad, había pasado veinte de ellos simultaneando la enseñanza con el estudio y se encontraba en Atenas, como suele decirse, sin oficio ni beneficio. Así que no debió de pensárselo mucho cuando supo que Hermias de Atarneo, un soldado de fortuna griego (por más detalles, eunuco) que se habla apoderado del sector noroeste de Asia Menor, estaba reuniendo en la ciudad de Axos a cuantos discípulos de la Academia quisieran colaborar con él en la helenización de sus dominios. Aristóteles se instaló en Axos en compañía de Xenócrates de Calcedonia, un colega académico, y de Teofrasto, discípulo y futuro heredero del legado aristotélico.

El Estagirita pasaría allí tres años apacibles y fructíferos, dedicándose a la enseñanza, a la escritura (gran parte de su Política la redactó allí) y a la reproducción, ya que primero se casó con una sobrina de Hermias llamada Pitias, con la que tuvo una hija. Pitias debió de morir muy poco después y Aristóteles se unió a otra estagirita, de nombre Erpilis, que le dio un hijo, Nicómaco, al que dedicaría su Ética. Dado que el propio Aristóteles dejó escrito que el varón debe casarse a los treinta y siete años y la mujer a los dieciocho, resulta fácil deducir qué edades debían tener una y otra cuando se unió a ellas.

Tras el asesinato de Hermias, en el 345, Aristóteles se instaló en Mitilene (isla de Lesbos), dedicándose, en compañía de Teofrasto, al estudio de la biología. Dos años más tarde, en el 343, fue contratado por Filipo de Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo Alejandro, a la sazón de trece años de edad. Tampoco se sabe mucho de la relación entre ambos, ya que las leyendas y las falsificaciones han borrado todo rastro de verdad. Pero de ser cierto el carácter que sus contemporáneos atribuyen a Alejandro (al que tachan unánimemente de arrogante, bebedor, cruel, vengativo e ignorante), no se advierte rasgo alguno de la influencia que Aristóteles pudo ejercer sobre él. Como tampoco se advierte la influencia de Alejandro sobre su maestro en el terreno político, pues Aristóteles seguía predicando la superioridad de las ciudades estado cuando su presunto discípulo estaba poniendo ya las bases de un imperio universal sin el que, al decir de los historiadores, la civilización helénica hubiera sucumbido mucho antes.



Poco después de la muerte de Filipo, Alejandro hizo ejecutar a un sobrino de Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor. Conociendo el carácter vengativo de su discípulo, Aristóteles se refugió un año en sus propiedades de Estagira, trasladándose en el 334 a Atenas para fundar, siempre en compañía de Teofrasto, el Liceo, una institución pedagógica que durante años habría de competir con la Academia platónica, dirigida en ese momento por su viejo camarada Xenócrates de Calcedonia.

Los once años que median entre su regreso a Atenas y la muerte de Alejandro, en el 323, fueron aprovechados por Aristóteles para llevar a cabo una profunda revisión de una obra que, al decir de Hegel, constituye el fundamento de todas las ciencias. Para decirlo de la forma más sucinta posible, Aristóteles fue un prodigioso sintetizador del saber, tan atento a las generalizaciones que constituyen la ciencia como a las diferencias que no sólo distinguen a los individuos entre sí, sino que impiden la reducción de los grandes géneros de fenómenos y las ciencias que los estudian. Como él mismo dice, los seres pueden ser móviles e inmóviles, y al mismo tiempo separados (de la materia) o no separados. La ciencia que estudia los seres móviles y no separados es la física; la de los seres inmóviles y no separados es la matemática, y la de los seres inmóviles y separados, la teología.



La amplitud y la profundidad de su pensamiento son tales que fue preciso esperar dos mil años para que surgiese alguien de talla parecida. Y durante ese período su autoridad llegó a quedar tan establecida e incuestionada como la que ejercía la Iglesia, y tanto en la ciencia como en la filosofía todo intento de avance intelectual ha tenido que empezar con un ataque a cualquiera de los principios filosóficos aristotélicos.

Sin embargo, el camino seguido por el pensamiento de Aristóteles hasta alcanzar su actual preeminencia es tan asombroso que, aun descontando lo que la leyenda haya podido añadir, parece un argumento de novela de aventuras.

La aventura de los manuscritos

Con la muerte de Alejandro, en el 323, se extendió en Atenas una oleada de nacionalismo (antimacedonio) desencadenado por Demóstenes, hecho que le supuso a Aristóteles enfrentarse a una acusación de impiedad. No estando en su ánimo repetir la aventura de Sócrates, Aristóteles se exilió a la isla de Chalcis, donde murió en el 322. Según la tradición, Aristóteles le cedió sus obras a Teofrasto, el cual se las cedió a su vez a Neleo, quien las envió a casa de sus padres en Esquepsis sólidamente embaladas en cajas y con la orden de que las escondiesen en una cueva para evitar que fuesen requisadas con destino a la biblioteca de Pérgamo.

Muchos años después, los herederos de Neleo se las vendieron a Apelicón de Teos, un filósofo que se las llevó consigo a Atenas. En el 86 a.C., en plena ocupación romana, Sila se enteró de la existencia de esas cajas y las requisó para enviarlas a Roma, donde fueron compradas por Tiranión el Gramático. De mano en mano, esas obras fueron sufriendo sucesivos deterioros hasta que, en el año 60 a.C., fueron adquiridas por Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo, quien procedió a su edición definitiva. A él se debe, por ejemplo, la invención del término «metafísica», título bajo el que se agrupan los libros VII, VIII y IX y que significa, sencillamente, que salen a continuación de la física.

Con la caída del Imperio romano, las obras de Aristóteles, como las del resto de la cultura grecorromana, desaparecieron hasta que, bien entrado el siglo XIII, fueron recuperadas por el árabe Averroes, quien las conoció a través de las versiones sirias, árabes y judías. Del total de 170 obras que los catálogos antiguos recogían, sólo se han salvado 30, que vienen a ocupar unas 2.000 páginas impresas. La mayoría de ellas proceden de los llamados escritos «acroamáticos», concebidos para ser utilizados como tratados en el Liceo y no para ser publicados. En cambio, todas las obras publicadas en vida del propio Aristóteles, escritas para el público general en forma de diálogos, se han perdido.

lunes, 16 de febrero de 2009

Hoy un cuento triste



Jamás había visto algo semejante. Era una chica de mundo, de "su mundo" y no podía de ningún modo comprender cómo hasta ahora nunca había tenido la oportunidad de contemplar aquel espectáculo extraño que le maravillaba y le mantenía con la mirada fija.

Con los ojos como platos y la boca entreabierta, no podía emitir ni un simple sonido de asombro. Esta imagen escapaba de sus límites de conocimiento, desestructuraba su esquemática cabecita y destrozaba en un segundo todo lo que había aprendido hasta entonces. Todo lo que no le importaba ni le había hecho feliz nunca. Ahora comprendía por qué había sentido aquel vacío que su madre nunca le había podido explicar.
- ¿Por qué nunca me advirtieron de la existencia de algo tan excepcional? - se preguntaba una y otra vez.
La decepción comenzaba a inundarla, las lágrimas humedecieron sus mejillas y sus rodillas se doblaron hincándose dolorosamente en el duro asfalto de aquel parque, mostrando la flaqueza de sus piernas en ese momento.
Se quedó ahí, arrodillada y llorando. Con las manos tapaba su rostro con la inocente presunción de que así impediría que las lágrimas siguiesen brotando. Entonces entendió por qué no había conocido eso antes. Se había limitado a pensar cómo le enseñaron, a ver las cosas del único modo que había podido, a ver a personas que no hacían más que confirmar lo que le habían inculcado desde pequeña, no dejando ninguna opción a pensar que existía otra manera, otros caminos.


Siempre tuvo que observar todo desde un cristal muy estrecho y casi opaco. ¡Qué lástima! Vivir toda una vida con vista pero ciega. Más ciega que un invidente que lo padece desde el nacimiento porque a él le permiten el lujo de poder imaginar la realidad que vive. Eso sí, a su manera.


A ella no le permitieron ni eso.


- ¿Qué miras? - le inquirió una de las dos figuras ante las cuales la muchacha estaba parada - Parece que nunca has visto a nadie besarse.


Efectivamente, la triste realidad era que no. Nunca había visto, y mucho menos experimentado, un beso, una caricia o una sonrisa. Es más, no sabía ni el significado de esas palabras.
Había pasado su gris infancia en una mansión gris, rodeada de escasa gente gris y libros grises en los que nunca vió escritas palabras de cariño, de amistad, de apoyo, de aliento, de amor.
Amor.
- ¿Qué es amor, mamá? - preguntó una vez con cuatro añitos a su progenitora tras haber oído esa palabra venir de la calle.
- ¿De dónde has sacado tu eso? - le preguntó su madre con una mezcla de enojo y sorpresa.
- Lo oí anoche por la ventana - confesó inocentemente - Lo gritaba una chica. Pero ¿qué es?
- Es una invención, hija. - respondió con firmeza - No te preocupes por eso que no existe. ¿Vale?
La niña notó el miedo en las palabras de su madre y esa noche tuvo pesadillas con un monstruo gigante, oscuro y lleno de verrugas, dientes y garras afiladas que perseguía a su madre mientras ésta gritaba: "¡Corre, hija, es el amor!"
Desde entonces nunca olvidó esas cuatro letras pero jamás volvió a pronunciarla ni estando sola no fuera a ser que apareciese el amor tan terrorífico como ella imaginaba. A partir de la noche de su extraño sueño comprobó con impotencia como su madre ordenó cambiar los cristales de las ventanas por otros más gruesos y colocó pestillos y candados, lo cual no hizo más que confirmar los temores de la pequeña de que el amor podía entrar a hacerles daño.


- Esto es amor, niña - le dijo cariñosamente la muchacha del parque algo ruborizada - Nos queremos y es nuestra forma de demostrarlo.
Unas manos fuertes la agarraron de las axilas por detrás sobresaltándola y levantándola del suelo, dejando ver sus rodillas lastimadas.
De repente sintió un pinchazo en el pecho, de esos que alguna vez le habían asustado y que eran la causa de que su madre la sobreprotegiese de forma obsesiva. El dolor se fue haciendo cada vez más fuerte hasta llegar el punto en que empezó a marearse.
Oía la voz de su madre lejana gritando reproches acerca de su escapada y veía, cada vez con menos claridad, como sacaba su medicación (esa que tantas náuseas le daba) y aproximaba su mano a la boca de su hija.
Ella podía evitar el final pero no quería. Apretó la boca con las pocas fuerzas que le quedaban. Había descubierto el amor y no estaba dispuesta a volver a un mundo en el que se le negase lo más bello del ser humano. Su mente se fue nublando hasta que se desvaneció y cayó inerte en brazos de su madre.


Fue el descubrimiento de ese amor que su madre temía (y odiaba) el que, sin haber estado nunca enamorada, le partió su frágil corazón.

sábado, 14 de febrero de 2009

Miguel de Cervantes (1547 - 1616)


Cervantes, ilusión y desencanto

Cervantes nace en 1547 en Alcalá de Henares, de Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Probablemente residió en diversas poblaciones de España al tener que acompañar a su padre, que quería mejorar su profesión de cirujano. Poco se sabe de sus estudios: sin embargo, hay que resaltar que, en Madrid, fue discípulo del profesor de Gramática Juan López de Hoyos. Muy joven, a los veintidós años forma parte del séquito del cardenal Guilio Acquaviva. A su servicio recorre las principales ciudades de Italia y, en ellas, goza intensamente del mundo renacentista, lo cual deja una profunda huella en él.

Si toda obra artística es, de algún modo, una autobiografía, esto, tal vez, se puede afirmar de la de Cervantes con mayor verdad.
Su juventud transcurre en el momento más alto del Imperio español; su madurez presencia el derrumbamiento de su poderío. Efectivamente, nace en la época de mayor esplendor político, cuando el emperador domina Europa y tiene en sus manos el florecimiento de los dominios de ultramar; su mocedad vive este momento e incluso asiste personalmente al hito de Lepanto; su madurez contempla la decadencia y es protagonista humilde, como recaudador de impuestos, del símbolo del deterioro: La Armada Invencible.

Cervantes nace y se forma en pleno auge del Renacimiento y, por otra parte, vive con intensidad los primeros del siglo XVII, en los que el humanismo universal del Clasicismo da paso a la problematización y exhuberancia del Barroco. Los mismos años de su producción literaria, 1585-1616, están a caballo de este cambio. Cervantes sintetiza los aspectos literarios fundamentales del Renacimiento y, al mismo tiempo, crea la obra más representativa del Barroco.


Un somero análisis incluido en el prólogo de las Novelas Ejemplares , manifiesta esta doble tonalidad de su vida. Allí se intuye al hombre vivaz, inteligente y satisfecho de heroicas hazañas de la primera época, frente al hombre maduro y experimentador paciente de adversidades.

Es en Italia donde comienza su época heroica, llena de grandes esperanzas e ideales, que se derrumbarán cuando era lógica su culminación. En efecto, tras el heroísmo mostrado en diversas campañas, muy especialmente en la de Lepanto, tras la azarosa cautividad de Argel, con varios intentos de huida y una larga espera, se encuentra por fin en España, con la prosaica necesidad de ganarse la vida malamente. Ni las cartas de recomendación de don Juan de Austria, ni los cuatro intentos de huida, ni la propia y ajena testificación sobre la valentía en la guerra y las penalidades en su cautiverio, ni los esfuerzos personales y ajenos le han valido para que Madrid se interesara por su rescate. Como el cargo de las Indias, insistentemente solicitado, no llega y ni las obras mal vendidas ni la dote de su joven esposa le dan para malvivir, tiene que aceptar el cargo de recaudador para proveer de trigo a la Armada Invencible. Si en la victoria de Lepanto fue un héroe, a la destrucción de la Armada Invencible contribuyó con su humilde cargo. Por fraude y por deudas le meten en prisión.

En resumen, Cervantes atesora una gran experiencia, rica en conocimientos sobre gentes, lugares y situaciones, su vida y su obra reflejan el proceso de maduración profunda, en todos los sentidos, de un hombre entregado a sus ideales, primero militares y luego literarios, con ahínco admirables. La vida le ofreció la cara adversa; pero este mismo hecho posibilitó la más grande obra de nuestra literatura . El Quijote no se hubiera podido escribir en los años del vivir gozoso y entusiasta, no tanto por falta de madurez literaria, sino por carencia de madurez espiritual.

Muere el 22 de Abril de 1616, pobre, en Madrid.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La Apariencia

Dime lo que crees ser y te diré lo que no eres.

- Henri Frédéric Amiel
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Fingimos lo que somos; seamos lo que fingimos.

- Pedro Calderón de la Barca
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Afortunadamente, no tenemos por qué parecernos a nuestros retratos.

- Anatole France
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Bien mirados, todos nos ocultamos, completamente desnudos, en los vestidos que usamos.

- Heinrich Heine
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Somos engañados por la apariencia de la verdad.

- Horacio
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Las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo que no son.

- Giacomo Leopardi
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Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.

- Nicolas Maquiavelo

lunes, 9 de febrero de 2009

Proverbios varios


♥ Añorar el pasado es correr tras el viento. - Proverbio Ruso.
♥ Caer está permitido. ¡Levantarse es obligatorio!. - Proverbio Ruso
♥ Cuando apuntas con un dedo, recuerda que los otros tres dedos te señalan a ti. - Proverbio Inglés.
♥ Cuando el carro se ha roto mucho os dirán por donde se debía pasar. - Proverbio Turco.
♥ Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio. - Proverbio Indio.
♥ ¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada? - Proverbio Alemán.
♥ El hombre Recurre a la verdad sólo cuando anda corto de mentiras. - Proverbio Fránces.
♥ Sólo tres tipos de personas dicen la verdad: los niños, los locos y los borrachos. - Proverbio Fránces.
♥ El pasado ha huído, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo. - Proverbio Arábe.
♥ Si estás enamorado, te basta con oler una rosa, si eres un grosero, entras y destruyes el jardín. - Proverbio Arábe.
♥ La felicidad no crece en el huerto del envidioso. - Proverbio Japónes.
♥ La mejor forma de vengarse de un malvado es no parecerce a él. - Proverbio Chino.
♥ El amor es una extraña criatura dulce y absurda que se alimenta de fantasía y muere de saciedad. - Proverbio Chino.

sábado, 7 de febrero de 2009

Grandes Civilizaciones: Egipto



Los antiguos egipcios llamaban a su país "kemet", es decir, la tierra negra, para diferenciarlo del desierto que lo rodeaba o "deshret", la tierra roja, que ocupa el 90 % del país. También se llamaban a sí mismos "remet-en-kemet", el pueblo de la tierra negra, esto es, de la tierra cultivable. La tierra negra no era otra cosa que el fértil limo que el Nilo depositaba durante la inundación anual hasta donde podían llegar sus aguas.
El Nilo se originó gracias a la unión de dos grandes ríos, el Nilo Blanco y el Nilo Azul. Ambos se unen en Sudán y recogen las fuertes lluvias del monzón, provocando sus crecidas periódicas. El Nilo empezaba a crecer a mediados de julio, la estación akhet, e inundaba las tierras cercanas durante cuatro meses. Para los egipcios, esto señalaba la llegada del dios Hapy, el dios del río, quien traía consigo riqueza y prosperidad.
El caudaloso Nilo forma a su paso un inmenso y fértil valle. La zona sur recibe el nombre de Alto Egipto. Tras un trayecto de unos 6.000 km, el río, a medida que se acerca al mar, se subdivide en diversos brazos, que los griegos llamaron Delta, por la semejanza con la letra de su alfabeto. Es el Bajo Egipto. Al este del río se extiende el montañoso Desierto Oriental, que desciende hasta el Mar Rojo. Al oeste, el Desierto Occidental, sólo roto por la presencia de unos cuantos pero valiosísimos oasis.
La historia de Egipto comienza hacia el 3100 a.C., cuando Narmer unifica el Alto y Bajo Egipto en un solo reino y establece la capital en Menfis. Hacia el 2600 a.C. comienza el Imperio Antiguo, un periodo de paz y prosperidad durante el cual se construyó la primera pirámide, en Saqarah. Con la IV dinastía, se pasa de la pirámide escalonada a la pirámide propiamente dicha, cuyos mejores ejemplos encontramos en Gizeh.
Hacia el 2200 a.C. Egipto comienza una etapa de fuertes convulsiones, en la que el Estado se fragmenta y la capital se traslada a Heracleópolis. Una guerra civil estalla entre esta ciudad y Tebas, de la que saldrá vencedor Mentuhotep II, príncipe tebano. Con él comienza el Imperio Medio, un periodo de expansión en el que se mejoran la administración y el ejército o se conquista Nubia, por parte de Sesostris I. Este periodo de tranquilidad declinó con la invasión de los hicsos, etapa conocida como II Periodo Intermedio.
Hacia el año 1550 a.C. de nuevo el poder se traslada a Tebas. Egipto vive entonces su mayor esplendor, durante el Imperio Nuevo. Tutmosis es el primer faraón que se hace construir una tumba en el Valle de los Reyes. Su hermana Hatshepsut sube al trono y manda levantar el templo funerario de Deir el-Bahari.
En el exterior, Egipto vive días de gloria: Tutmosis III conquista Siria y Amenofis III entabla relaciones con Babilonia y Mitanni. Sethi I lucha contra libios, sirios e hititas, mientras Ramsés II, el más glorioso de los faraones del Imperio Nuevo, se enfrenta a los hititas en Qadesh, en el año 1274, y firma un tratado de paz que confirma su dominio.
También durante el Imperio Nuevo sucederá la herejía de Amenofis IV, al proclamar como dios único al dios solar Atón y hacerse llamar Akenatón, desplazando la capital a el-Amarna. Tras su muerte, Tutankamón abole el culto y devuelve la capital a Tebas. El esplendor del Imperio Nuevo toca a su fin cuando Egipto fue invadido por pueblos extranjeros como los persas, los griegos y, más tarde, los romanos, que gobernaron hasta el siglo VII d.C.
El idioma y la cultura del antiguo Egipto permanecieron olvidados durante un millar de años, rodeados de un halo de misterio y romanticismo. Con el paso del tiempo, las noticias de los viajeros sobre sus espectaculares monumentos despertaron cada vez mayor curiosidad. En 1798, el descubrimiento de la piedra de Rosetta permitió descifrar los jeroglíficos y abría una puerta por la que asomaba un mundo fascinante. El conocimiento del antiguo Egipto se incrementó con los trabajos de aventureros y arqueólogos, que permitieron, y aún lo hacen, rescatar del olvido el glorioso pasado egipcio, patrimonio de la Humanidad.
Son muchos los lugares cuya mera contemplación permite apreciar, siquiera por un instante, el esplendor de la tierra de los faraones. Remontando el río desde el Delta, nos encontramos primero con Gizeh, una extensa explanada en la que se levantan majestuosas las tres grandes pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo que ha sobrevivido hasta nuestros días. Se trata de un conjunto funerario, construido en el margen occidental del río, pues el Oeste, el lugar donde se pone el sol, era el lugar de la muerte.
Guardando la necrópolis de Gizeh permanece, impasible a los avatares del tiempo y los hombres, el rostro de la esfinge. Su mirada milenaria, cargada de misterio, contempla el sol naciente en el horizonte. Imagen de dios o de faraón, la esfinge guarda para sí el secreto de la muerte y los difuntos.
Nilo arriba, más hacia el sur, proseguimos nuestro viaje para encontrarnos nuevamente con un lugar sagrado, Saqarah. Es éste el gran cementerio de la cercana capital, Menfis. El lugar aparece dominado por el gran complejo funerario construido por el faraón Zoser y su pirámide escalonada, la primera levantada en Egipto, hacia el 2650 a.C.
El Nilo, verdadera columna vertebral, nos lleva ahora hasta la legendaria Tebas, la antigua Uaset. Ciudad de los vivos, dominio del solar Amón, dador de la vida, está situada en el lado oriental, por el que nace el sol. Para su gloria se construyó en Karnak el más grande de todos los templos, el Ipe-isut, y durante 1600 años todos los faraones quisieron dejar aquí su impronta, ampliando o embelleciendo sus edificios. Muy cercano estaba el templo de Luxor, que era visitado cada año, durante la "hermosa Fiesta de Opet", por la imagen de Amón, que bajaba el Nilo celebraba allí su unión con la reina, hecho que aseguraba la descendencia divina del rey y su regeneración.
Frente a Tebas, reino del sol, de Amón y de la vida, se situaba, al oeste del Nilo, el reino de Osiris, el dios de la muerte, justo por donde se pone el sol. Aquí, entre el Nilo y la montaña, muchos faraones ordenaron que les fuera construido un lugar para la otra vida, un "Castillo de millones de años", templo recordatorio para la celebración de su culto. Los valles de los Reyes y de las Reinas guardan en sus numerosas tumbas, decoradas con vivos colores, los secretos de sus moradores, profanados ya desde muy antiguo por la ambición y la curiosidad. Aquí se encontró la majestuosa tumba de Tutankamón y su maravilloso tesoro, que había de acompañar al joven faraón en la otra vida.
También al oeste del Nilo se hizo construir la reina Hatshepsut su propio templo funerario, en Deir el-Bahari, hacia 1466 a.C., llamado por lo egipcios geser-geseru, el "sublime de los sublimes".
Prosiguiendo viaje Nilo arriba llegamos a Edfu, el reino de Horus, el dios halcón. En el año 237 a.C. se inició la construcción de su gran templo, sobre otro precedente. El templo, el más grande de Egipto tras el de Karnak, es también el mejor conservado, y sus paredes, plagadas de inscripciones, le convierten en una verdadera biblioteca grabada en la piedra.
Muy cerca, Nilo arriba, llegamos a Kon Ombo, dominio de Haroeri y Sobek, el dios de cabeza de halcón y el de cabeza de cocodrilo. El gran templo que podemos ver hoy en día fue fundado en el siglo II a.C. y es, también, uno de los mejor conservados.
Estamos llegando al final del viaje. La construcción, durante el siglo pasado, de la gran presa de Assuán, puso en peligro muchos monumentos, que corrían el riesgo de ser inundados. Uno de los más espectaculares era el templo de Isis en Philae, que hubo de ser desmontado y reconstruido piedra a piedra en su emplazamiento actual. Comenzado a construir en el siglo III a.C., fue un lugar de adoración con diversos santuarios y sepulcros, en los que se celebra a todas las deidades envueltas en el mito de Isis y Osiris.
La última sorpresa del viaje se nos reserva para el final. Todavía más al sur, ya en la Alta Nubia, encontramos los dos templos de Abu Simbel, semiocultos a la mirada exterior hasta 1817. Como en el caso de Philae, ambos templos también fueron trasladados por la construcción de la presa de Assuán. Moderno trabajo faraónico, fue necesario seccionar más de 1.000 bloques de piedra, algunos de ellos de más de 30 toneladas de peso. Las colosales estatuas de Ramsés II guardan de miradas ajenas el interior de la impresionante construcción y advierten al curioso de que están en presencia de algo más que un hombre, de una divinidad. Dentro, en el santuario, se nos muestra al faraón junto con las estatuas de Ptah, Amón-Ra y Ra-Horakhty, exhibiendo así su poder divino.
Eclipsado por la grandeza del gran templo de Ramsés II, el más modesto de Hathor no desmerece sin embargo en belleza. En él, Ramsés se hizo representar en la fachada junto con su esposa Nefertari, ambos con las mismas dimensiones, testimonio del prestigio de la reina.
Hemos acabado nuestro viaje, apenas un esbozo. Mucho es lo que queda por ver y aprender. El tiempo, enemigo de los hombres, se ha conjurado para ocultar el esplendor de la tierra de los faraones. Pero la piedra, dura y tenaz, resiste y aun resistirá para mostrar la gloria del país del Nilo, del pueblo de la tierra negra.